Érase
una vez un grupo de ranitas que iban a hacer una carrera. El objetivo
era llegar a lo alto de una torre, cometido arduo y difícil para las
ranitas, pues la torre se veía enorme desde su tamaño de rana.
Todas
estaban preparándose, calentando sus patitas, haciendo
estiramientos, comprobando su flexibilidad, etc. para estar bien
preparadas y con mucha ilusión por salir y alcanzar la cumbre de la
torre.
Llegó
el momento de la salida y las ranitas alegres y entusiasmadas
partieron de la meta llenas de alegría y con buenas palpitaciones en
sus corazones, sabiendo que lo iban a conseguir.
Había
un montón de espectadores a lo largo de todo el camino. Al principio
animaban mucho a la ranitas con palabras de aliento, pero sobre la
mitad más o menos de la carrera empezaron a cambiar de actitud y las
palabras de aliento de la multitud pasaron a ser palabras de
desánimo, pues veían que era muy difícil para las ranitas alcanzar
la meta y decidieron que ninguna de ellas lo conseguiría.
- Dejadlo estar, ranitas, no lo váis a conseguir. Estáis ya
agotadas y aún falta un buen trecho para llegar arriba.
- ¡Qué pena! Esas ranitas no lo van a conseguir... No son lo
suficientemente fuertes...
Eso
lo repetían una y otra vez y las ranitas fueron perdiendo la ilusión
y la confianza en sí mismas y empezaron a sentir que no merecía la
pena todo el esfuerzo que estaban realizando. Habían invertido mucha
energía para llegar hasta allí, pero el cansancio se iba apoderando
de ellas y… realmente era ¡tan difícil llegar! ¿Cómo habían
llegado a pensar que se trataba de una buena idea? Todas las voces
tenían razón, era tan difícil llegar arriba de la torre que nadie
lo iba a conseguir, mejor dejarlo y no continuar esforzándose.
Poco
a poco fueron perdiendo el entusiasmo y, agotadas por el esfuerzo
hercúleo que les suponía dar un saltito más, se fueron quedando
por el camino.
Todas
menos una; había una que cada vez daba saltos más entusiastas y más
altos. Su sonrisa le llegaba de oreja a oreja y continuaba subiendo y
subiendo sin mirar atrás, sintiéndose cada vez más invencible y
más segura de sí misma, pensando que lo iba a conseguir porque cada
vez estaba más cerca de la meta. Y lo consiguió. Llegó a la cima
de la torre y se proclamó vencedora.
Todas
las ranitas estaban muy asombradas, y cuando fueron a hablar con ella
para descubrir cómo había hecho para conseguirlo, si todas las
demás habían desistido y habían abandonado la carrera, se dieron
cuenta de que la ranita...era SORDA!
Como era sorda, la ranita
pensaba que todo el público la estaba vitoreando y animando a seguir
porque la meta estaba cada vez más cerca.
Como
no sabía que era imposible, lo intentó. Y como creía que podría,
lo consiguió.